Mi estado de ánimo fluctúa tanto como el clima de estos días.
Trato de racionalizar mi situación, de salirme del círculo para contemplarlo todo desde afuera, desvincularme del dolor; formular conclusiones... ay dios, que difícil resulta esta disciplina que me impongo! Soledad y determinación, renunciamiento.
Trato de racionalizar mi situación, de salirme del círculo para contemplarlo todo desde afuera, desvincularme del dolor; formular conclusiones... ay dios, que difícil resulta esta disciplina que me impongo! Soledad y determinación, renunciamiento.
Ayer al salir del trabajo, quería llorar hasta hacerme desaparecer los ojos de la cara; más de alguna manera mis negros globitos oculares no dieron respuesta; si acaso se humedecieron póbremente.
Estoy entrando al sufrimiento seco; sombrío y aletargado; preferiría ser mar a este abismo insondable...
Y bueno, en el post anterior hablé de un sueño que tuve. Yo llegaba a la finca a la que solía ir con el Señor Sorpresa, pero supuestamente él estaba allá con su novia, sin embargo no los veía; sólo estaba una mujer obesa y de rostro desagradable que me decía que la única forma de olvidarlo era vomitar. En ese momento yo entraba al cuarto en el que dormíamos y regurgitaba de la peor manera... no sentía nauseas, símplemente salía de mi boca y de mi nariz un líquido viscoso y negro -como petroleo-, recuerdo lo espeluznante que era estar en posición fetal sobre la cama, las sábanas blancas manchadas, mi mirada perdida; fue atroz.
Pero esta no es la única visión nocturna que me ha acosado; también he soñado con el espejo; nos habíamos reencontrado y todo era magia y sopor de nuevo, las manos y las pieles volvían a unirse; la escena era frágil y hermosa, el espejo me regalaba la felicidad de nuevo.
Como si lo onírico hubiese obrado como telegrama; el espejo se manifestó ayer (además del Señor Sorpresa, cuanta saturación), lo que comenzó en una conversación convencional terminó en un ir y venir de reclamos, miles de malentendidos en el aire, dudas de lo que se vivió, reproches. No queda nada más.
No sé que haré el fin de semana; dedicarme a la tesis, supongo. Y claro, hacer uso de todo el autocontrol posible para no discutir con la madre inexistente.
Hoy no me despido con un comentario esperanzador; porque no los tengo.
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