En cumplimiento de mis deberes para con la terapia que estoy llevando desde hace ya un mes, me permito publicar que es la soledad. De antemano pido disculpas por lo flojo del tema pero era algo que debía hacer, y el publicarlo me presiona más para llevar la empresa a buen término.
Sin más preámbulos, he aquí la composición de dudosa reputación:
En primera instancia debo decir que hay una diferencia muy marcada entre el “estar sola” y la soledad.
El estar sola implica simplemente una ausencia de personas en su estado físico a mi alrededor; y bueno, en realidad poco me molesta cuando estoy de buen ánimo, el tener algo de silencio. Encuentro estos espacios catárticos y propicios para dedicarme a lo que sea que me resulte agradable –desde leer hasta mirar al techo-.
Mas el asunto se hace trabajoso cuando se llega al segundo concepto, que por cierto es bastante típico en esta servidora.
La soledad es, valga la redundancia: desolación. Es un momento de abandono supremo en el que no sólo falta el otro, sino que también me falto yo. Un punto donde no me vasto. Un desconocimiento de mi importancia en la escena; y en reemplazo, una infinita cantidad de niebla espesa que no me deja respirar.
Es el vértigo en la mitad del laberinto, el mareo al borde de un abismo, la angustia de andar buscando algo sin saber que o quien es.
Corrosiva y engañosa, una vez que se instala en la piel forma un recubrimiento tan fuerte que hace imposible el percibir la compañía. Es devastadora porque se alimenta a sí misma de autocompasión en un ciclo tedioso y malsano, y todo esto, de la forma más intransigente posible.
No respeta amigos ni familia -los descarta arbitrariamente-,
no permite salidas, no deja que busque la luz.
Madre de mi paranoia y mis tristezas,
la peor de mis consejeras,
testigo burlón de mis torpezas…
Eso es…Que más decir sin ser recurrente.
El estar sola implica simplemente una ausencia de personas en su estado físico a mi alrededor; y bueno, en realidad poco me molesta cuando estoy de buen ánimo, el tener algo de silencio. Encuentro estos espacios catárticos y propicios para dedicarme a lo que sea que me resulte agradable –desde leer hasta mirar al techo-.
Mas el asunto se hace trabajoso cuando se llega al segundo concepto, que por cierto es bastante típico en esta servidora.
La soledad es, valga la redundancia: desolación. Es un momento de abandono supremo en el que no sólo falta el otro, sino que también me falto yo. Un punto donde no me vasto. Un desconocimiento de mi importancia en la escena; y en reemplazo, una infinita cantidad de niebla espesa que no me deja respirar.
Es el vértigo en la mitad del laberinto, el mareo al borde de un abismo, la angustia de andar buscando algo sin saber que o quien es.
Corrosiva y engañosa, una vez que se instala en la piel forma un recubrimiento tan fuerte que hace imposible el percibir la compañía. Es devastadora porque se alimenta a sí misma de autocompasión en un ciclo tedioso y malsano, y todo esto, de la forma más intransigente posible.
No respeta amigos ni familia -los descarta arbitrariamente-,
no permite salidas, no deja que busque la luz.
Madre de mi paranoia y mis tristezas,
la peor de mis consejeras,
testigo burlón de mis torpezas…
Eso es…Que más decir sin ser recurrente.
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