Hoy apagaron el aire pero sigo muerta de frío; con la boca morada, las manos y la nariz heladas.
Estoy encontrando un patrón: conforme la semana se acerca a su fin mi buen ánimo disminuye. Creo que es porque de alguna manera esos días se asocian a interacción social y yo estoy volviendo un poco a mis épocas de aversión al respecto. Y ahí está el detalle: por un lado me siento sola, por otro no soporto gente alrededor. Nada que hacer.
Tengo un dolor de cuello miserable y mucha sed que no se quita aunque tome agua en cantidades industriales.
Tengo en el puesto de mi derecha a una señora de 48 años que nunca se casó y hace parte de uno de esos grupos de oración católicos que son aterradores; sospecho que es virgen aunque cada vez que se para o se sienta repite “ay mis hijos” (como diciendo dios mío, pero ella invoca a los hijos que nunca tuvo ni tendrá). Es complicada mi coworker, no permite que se oiga música (por eso los audífonos perpetuos), regaña si alguien dice una grosería o se ríe muy fuerte y disimuladamente mira que lo estoy haciendo en el computador. Me irrita.
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