Otra vez descenso, pero ahora eran escaleras muy altas y muy viejas, como de piedra, teñidas de musgo verdecito y bonito. Otra vez estaba escapándome, no sé bien quien me perseguía; el caso es que yo tenía que bajar rápido, en un solo pie decía mientras saltaba y entrecerraba los ojos porque así daba menos miedo y no me caía.
Del lado corporativo el trabajo es arduo pero productivo, las congratulaciones son usuales y no puedo negar el gusto que me da.
A ratos me levanto y pienso en su nariz viajera, en su espalda nudosa y nuestro desorden de las mañanas. Con el desayuno se disipa la punzada.
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