Ayer dormí con la persiana abierta, en intervalos la claridad lineal me despertaba y me anclaba a la cama; pero luego cerraba los ojos.
Caminábamos en descenso mi hermana y yo, nos escapábamos de una nube de avispas. Estábamos en una montaña que parecía lugar de peregrinación por la cantidad de gente, curiosa la proliferación de niños entre los 4 y 7 años, muchachitos descalzos y agarrados firmemente a la tierra con los pies y las uñas.
Juana y yo acelerábamos el paso con las cabezas escondidas en las chaquetas: las avispas nos iban a picar la cara, nos daba miedo el dolor y el zumbido insecto. Pero sólo nosotras parecíamos huir.
En el cielo también había aviones.
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