Cuando era pequeña me enfermaba mucho, amigdalitis cada dos meses. Me molestaban los oídos también, otitis. La dupla estrella. Me llevaban al médico cada rato, yo le decía al doctor que tenía una puerta en la garganta, y que estaba cerrada porque no podía pasar. No le explicaba que me dolía comer, yo le decía que tenía la puerta cerrada.
Es difícil esto de exponer un malestar. Que alguien sienta las hormigas y la pesadumbre de las escaleras del claustro esta mañana – una microvisita, finiquitando el último nexo académico por aquello de la tesis que no fue tesis sino proyecto-.
Me devuelvo: la lluvia horizontal, los ovarios en los ojos ayer, las palpitaciones del destiempo y mis dedos que se reducen a la tercera parte porque acaban sufriendo las consecuencias de lo que yo no puedo pasar porque tengo la puerta cerrada.
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