Saturday, May 19, 2007

Dos buenas noches de seguido y algunas curiosidades intermedias.

Ayer desperté jurando que me había topado de frente con el milagro macondiano: mientras él mostraba sus planos y maquetas yo lo miraba encantada y en una de las ventanitas de cartón estábamos los dos; mi reloj no daba horas sino meses, era noviembre. Capricho onírico.

Fui a trabajar de buen talante y en el metro me dediqué a espiar un señor muy alto vestido con una gabardina. Llovía, igual me llamó la atención lo excesivo del abrigo para esta ciudad calenturienta. Cambió de línea como yo y entramos al mismo vagón, él estaba leyendo Matar a un Ruiseñor de Harper Lee (ese libro tan bonito de aires sureños que pasó por mis manos hace años). Llegué a mi estación, aquí también parecía que íbamos a coincidir porque él de nuevo se bajó; entonces vi con estupor que dio algunos pasos y entró a otro vagón. Sorpresa Sorpresa, ¿se arrepintió de ir a donde iba? ¿Algún recodo de su niñez lo obliga a cambiar de vagón a ratos, sólo como un juego? ¿Se dio cuenta de que la muchachita con la falda de prenses y la sombrilla destartalada lo miraba?
Luego el viernes en todo su furor, la oficina, Excel y sus tablas dinámicas que son mi Némesis, el voto de confianza de mis jefes por el acceso a una tonelada de información, trabajo, la presión de responder a las demandas del cargo que se crece.

En fin, me desvío. Intercambio de frasecitas en la tarde, prescindencia de cordura, de futuro, de todo y muy poco.
10:30 pm. Epidérmico, básico, desprendido.

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