-Je me marierai- decía al bajar las escaleras, yo escuchaba desde el segundo piso y pensaba que había perdido el anillo, y ese detalle le iba a obstaculizar tantito el cuento –no yo-.
Antes de bajar estaba sentada al pie de una ventana, con las páginas del libro eterno desparramadas en la mesa, haciendo consenso de las motivaciones ocultas, los virajes que conjuraron el final y las infinitas posibilidades que siguen a ese final.
Pero era distinta la lectura, y en el televisor vos andabas en bicicleta en una noche roja, y yo temía por tus huesos al otro lado del océano.
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