Elefante dos se emancipó, se hartó, hizo pataleta y se puso a sollozar de lo más amargo.
Se sentó al lado de una puerta cerrada a contarle las vetas a la madera; extrañó sus tintas chinas, sus crayolas, y sus pinceles delgaditos; le faltó la textura del papel y el sonido del lápiz al contacto, ver las líneas que mágicamente aparecían, estilizadas, pegaditas entre sí.
Como explicarle a los demás camaradas el vacío de color, el terror monocromático, el dolor de una vida sin luz y sin sombra.
Al final yo me acurruqué junto a elefante dos y lloramos juntos.
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