Tengo una mujer bailando en la cabeza, creo que la conozco y que la forma en que se mueve me recuerda a alguien.
Vaya uno a saber si la de las visiones, la del torso desnudo y los pies descubiertos.
Será posible.
Quién lo diría.
Tengo una mujer bailando en la cabeza, creo que la conozco y que la forma en que se mueve me recuerda a alguien.
Vaya uno a saber si la de las visiones, la del torso desnudo y los pies descubiertos.
Será posible.
Quién lo diría.
Y así vamos, las flores desperdigadas por el fango y los cerdos con sus pezuñas groseras aplastándolas, sepultando las pocas cosas sacras que aun sobreviven. Cerdos de sierra y elefantes importados de sabana, así es como vamos.
La memoria saturada de caminar sobre flores muertas y sentirme al menos por unos días en casa, alejada de esta sierra que me mira con desconfianza y me sabe ajena.
Comienzo de año sin rituales y sin cartas de navegación, pidiendo a los dioses que la vida me sorprenda gratamente, y que el champagne derramado en la ropa redunde en buenos augurios. Más alerta que en los últimos meses, con las uñas pintadas de rojo, con los ojos vidriosos y de pronto un poco anémicos, con las manos hormigueantes a la espera de todo el quehacer que se avecina.