El punto es que yo tenía más voces aparte de la razón. Mis manos, mis entrañas, mis ojos y mis pies hablaban. El murmullo podía ser abrumador a ratos, pero yo entendía cada palabra; todas parecían tener un espacio perfectamente delimitado, todas las voces podían superponerse, y sin embargo, en ese aparente desperfecto estaban, claras, audibles. ¿Qué fue del griterío, de las quejas, los insultos, las risas y las conspiraciones? ¿Qué fue de las letras alevosas?